lunes, 24 de mayo de 2010

Veintiseis.

Mi psicóloga me dijo que escriba un texto con mi nombre a modo de título, esto quedó:


María José:


Da pasos decididos. Camina rápido. Pero aún así no tiene destino fijo al cual llegar. Se la ve abstraída en sus pensamientos, lo que se refleja en las cambiantes expresiones de su cara; además, de entre su ropa asoma un cable con lo cual se puede deducir que está todavía más aislada, escuchando lo que tiene ganas de escuchar, eligiendo ella misma el fondo musical que tiene su caminata y no oyendo involuntariamente los ensordecedores ruidos que se desenvuelven en el lugar donde todo ocurre y todo ocurrirá: la ciudad, la calle. El sol le da un brillo especialmente dorado a su cara, y la luz hace que se entrevea, por entre el castaño de su pelo, un color inusual, llamativo. La caminata tiene ciertas interrupciones...está llena de acciones espontáneas, que se intercalan entre los pasos interminables, impredecibles, infinitos... corta una hoja, la rompe en pedacitos, las tira como si fuera una clase de papel picado verdoso y orgánico. Después levanta a la vista y mira detenidamente el techo azulado que se extiende por sobre su cabeza, por sobre los edificios, por sobre todo; el cielo y su inmensidad...después su mirada se encuentra con la de un gato atigrado, de unos rasgados ojos verdes, entablan una conversación muda de expresiones.

Ella sigue su camino.

Ella sabe que pasa.

Ella es conciente de todo.

E igual sigue, actuando como si estuviera en la incertidumbre en la que no está. Sonríe y esa sonrisa se funde junto con todas las sonrisas que se esbozaron alguna vez y se esbozan ahora. Su mirada se torna vacía y se funde con todas las miradas vacías que hubo alguna vez. Da un suspiro, y se convierte en uno más de la nebulosa de suspiros que alguna vez alguien dio. Y así, cada vez se funde más y más con su entorno, se desvanece. Cada suspiro, mirada vacía, sonrisa la unen más al espíritu conjunto de todas las cosas existentes, y se vuelve más pálida, más blanca, más transparente, más invisible a medida que la unión crece. Hasta que sus células terminan desapareciendo. Se acerca a la ventana espejada de una casa y lo que ve es su alma, lo que siente y toca es su alma. Ahora su alma es parte del todo. Las almas rondan por entre la energía, atravesandose, juntandose, separandose, uniendose. Su alma coexiste con las almas y la energía de las estrellas, del cielo, del gato que hace un rato acarició, de los pedacitos ínfimos de la hoja que cortó, de las personas que se cruzó en la calle. La materia es inexistente. Otros no lo ven, pero ya van a ser parte de esa abstracción. Tienen que ser.

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